Fernando
de la Cuadra*
Hace casi 370 años que el filósofo inglés Thomas
Hobbes publicaba su obra prima titulada Leviatán, en la cual plantea que los
hombres no tienen ningún placer en compartir o estar en compañía con otros
hombres. Por lo mismo, la tendencia natural o de un “estado de naturaleza” de
la humanidad es que, de no existir cualquier poder capaz de mantener a la gente
unida, la conducta habitual de las personas sería la de evitar en lo posible la
convivencia social.
El presupuesto teórico extraído de la obra prima de
Hobbes es que las personas viven en un miedo invariable de ser usurpadas o
agredidas por otras personas debido a que, si somos todos hijos de Dios y,
consiguientemente, iguales en imagen y semejanza al Padre Divino, no deberían
existir en la tierra las desigualdades que se observan en ese estado de
naturaleza. Por lo tanto, nada más esperable que los desposeídos intenten
apropiarse de aquello que injustamente no poseen y que pertenece a otros
hombres que -según el designio bíblico- detentan el privilegio de tener alguna
o muchas propiedades. Dicho estado de naturaleza, es en definitiva la antesala
de una lucha encarnizada entre propietarios y despojados sobre las que se funda
una sociedad expuesta al inevitable peligro de una guerra inminente. Es lo que
se conoce como la famosa sentencia de que “El hombre es el lobo del hombre”.
Para Hobbes, existiría entre los seres humanos tres
motivos que conducen a la permanente discordia entre unos y otros, a saber: la
competición, la desconfianza y la gloria. Ese espíritu de declarada “guerra de
todos contra todos” que existe en aquel estado de naturaleza solo fue posible
de ser neutralizado o anulado a través de una fuerza superior capaz de
controlar las desavenencias existentes en el seno de las comunidades. Los
individuos entonces están dispuestos a abdicar o renunciar a su soberanía en
pro de una entidad que les permita contener aquellos deseos y pulsiones más
íntimas que los incitan “naturalmente” a imaginar un escenario de conflictos de
unos contra los otros.
Dicho órgano, que tiene el poder de evitar las
injurias entre las personas y, por lo tanto, de garantizar que la sociedad
pueda desarrollarse en paz y seguridad, es el Estado, aquello que Hobbes
asemejaba a un abominable ser bíblico, al monstruo Leviatán. Para él, no basta
el fundamento jurídico para mantener la paz, es necesario de un ente dotado de
armas para forzar a los hombres a respetarse mutuamente. Es un aparato que
surge como pre-requisito para la existencia de la propia sociedad, es decir, la
sociedad nace a partir del surgimiento de esta modalidad de Estado.
Posteriormente, el precepto del Estado hobbesiano
ha sido utilizado para justificar la existencia de regímenes autoritarios,
suponiendo que es la fórmula válida y necesaria de ejercer el poder para
mantener a los hombres trabajando en una paz regulada. Las dictaduras
cívico-militares utilizaron este argumento junto a otro de origen organicista
(extirpar el tumor cancerígeno que destruye el cuerpo social) para imponer sus
sistemas de despotismo y represión.
La crisis global provocada por el nuevo Coronavirus
ha aumentado sin duda los niveles de miedo y pavor de gran parte de la
humanidad. En ese cuadro, una posible salida ha sido la emergencia de actitudes
fascistas entre la población, como la de denunciar e impedir el retorno de
profesionales médicos a sus casas, villas o condominios por el miedo de que
puedan transmitir el virus a sus vecinos. Es una verdadera “caza de brujas” que
se ha iniciado en diversos lugares del planeta. Es el gen autoritario e
intolerante que llevamos dentro que ha aflorado como un peligroso virus para
contaminar la convivencia entre las personas. En algunos países con gobiernos
autoritarios estos cánones de odio y ausencia de empatía se han expandido con
enorme facilidad entre los habitantes como un fenómeno de política pública.
El modelo fascista que ha venido impulsando Bolsonaro
a la nación brasileña ha significado intensificar este patrón de comportamiento
que se expresa en más odio, más violencia, más discriminación y más prejuicio.
Su recurrente conducta de despreciar las indicaciones de la Organización
Mundial de la Salud y de los especialistas en epidemias, viene dividiendo cada
vez más a la sociedad brasileña, entre aquellos fanáticos que promueven el
retorno a las calles y a la actividad laboral como si todo estuviera normal y
aquellos que continúan respetando las recomendaciones de mantenerse en
aislamiento en sus residencias, evitando hasta donde sea posible los contactos
interpersonales.
Por el contrario, el capitán de reserva se ha
dedicado a pasear por las arterias de la capital, alentando a que la población
haga lo mismo y creando un abismo insuperable entre sus seguidores y el resto
de los ciudadanos que desean mantener el confinamiento y el distanciamiento
social. Bolsonaro acrecienta con su conducta irresponsable y beligerante, las
fracturas de un país que ha tenido que soportar una crisis sistémica durante
los últimos años. Pero no solo eso, él también comanda un camino sin regreso
hacia la diseminación del Covid19 por todo ese enorme territorio con
consecuencias trágicas en términos de vidas perdidas y de personas infectadas.
Como ya han alertado algunos analistas, todo lleva a suponer que el presidente
quiere emprender una cruzada hacia un suicidio colectivo, tal como lo hiciera
en el año 1978 el reverendo Jim Jones en Guyana.
Fanatismo religioso y autoritarismo en el marco de
una sociedad tutelada se configuran como claves explicativas para intentar
comprender la adhesión que aun concita Bolsonaro en casi un tercio del
electorado brasileño. Todo ello en el contexto del papel cada vez más
protagónico que han asumido los militares dentro de la actual administración,
quienes tienen más injerencia en este gobierno de aquella que poseían durante
el periodo de la dictadura cívico-militar inaugurada en 1964. En efecto, hasta
ahora las fuerzas armadas están al acecho y representan una constante amenaza
al quiebre institucional si la situación del país conduce a lo que ellas
definan como caótica y/o ingobernable. Es decir, si la sociedad se encuentra
dividida en un clivaje que resulta abismal, y si se produce un escenario de
confrontación intestina, nada mejor que una intervención militar para
socorrerla y “recolocarla” sobre sus ejes.
Tal parece que Brasil y una parte de sus ciudadanos
todavía no ha tomado plena conciencia sobre los riesgos que representa la
inauguración de un ciclo en que los militares asuman el control de la nación.
El escenario de miedo e intranquilidad que se ha difundido entre los habitantes
bien puede desencadenar un golpe de Estado que imponga definitivamente una
tiranía en el país. Ello sin duda constituye un peligroso precedente a ser
seguido por otros países de la región, los cuales por medio de un “efecto demostración”
vislumbren en un tipo de régimen hobbesiano la salida para superar la situación
de crisis y temor que peligrosamente se ha venido apoderando de las personas y
las instituciones.
*Doctor
en Ciencias Sociales. Editor del Blog Socialismo y Democracia.
Disponível em:
https://gilvanmelo.blogspot.com/2020/04/fernando-de-la-cuadra-brasil-y-el.html
Acesso em: 14/04/2019
Leviatâ
Frontispício da edição original do Leviatã (1651).
Autor(es) Thomas Hobbes
Idioma Língua inglesa
Editora Várias
Lançamento 1651
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